Se levantan por la mañana y se miran al espejo,
ven un humano fuerte y aguerrido,
con el rostro de dios en su pellejo,
alguien que jamás será vencido.
Así comienzan su día,
idolatrándose sin que nadie se los pida,
haciendo de su vanidad filosofía.
¡Qué aburrida que es su vida!
Pero eso a quién le importa,
si las cámaras y los diarios ya aumentan el ego
de esos niños caprichosos que cortan,
cada vez que los encierran, los barrotes del talego.
Impunes, sin convicción alguna,
la justicia, de sus placeres cortesana,
la hostia, de los tormentos su vacuna,
la gente, preferible patearla para la próxima semana.
La honestidad, mejor ni preguntar
las constituciones, inodoro en donde ciscarse,
la educación, ¿para qué? si ya no se puede soñar,
la pobreza, revierta en flores como un arce.
Todo así, más de lo mismo siempre,
repitiendo esa bien sabida historia,
que pasó quién sabe cuando
y que supuestamente nos llevó a las puertas de la gloria.
¡Basta! Si en cada campaña para extender la hegemonía
entonan a viva voz “todos unidos triunfaremos”,
todos unidos trabajamos sin alegría
para llenar la codicia de sus billeteras
y si nos negamos, cuando venga la policía,
todos unidos correremos.
Por suerte somos pueblo,
pueblo que aún no pierde las esperanzas
de romper las cadenas
que nos atan a estas ambiguas alianzas.
Mejor ser pobre o mendigo,
antes que perder la dignidad
jugando a ser el amigo
de los que después van a arruinar.
Por suerte no vamos a quedar en el bronce,
al lado de tantos ídolos de barro,
nosotros, nos reservamos el arte,
porque el bronce dura lo que dura un cigarro.
El arte penetra en las memorias,
hace más leve el catarro,
y enseña que ya no necesitamos escorias,
ni absurdos biblistas,
hay que reivindicar la hidalguía de nuestra historia,
¡Basta! Necesitamos artistas.