Me anidé en el cenit de aquellos ojos
cuando la tinta puso punto y coma
cuando desplegó sus alas la paloma;
la dama de mis frágiles despojos.
Agrietando este corazón tan viejo,
impregnándolo de un ocre aroma,
arrasando con mi alma dicótoma;
cuando realiza su ritual añejo.
Contemplando la marea que trata
de evadir la arena, y se marcha lejos,
ausente de un adiós en su posdata.
No existe en el mundo ningún resquejo
cuando la sombra cae, se desata;
y es la dama quien mira en el espejo.
Raquel Gómez