Días grises, la esperanza se pierde entre la densa bruma que aparece de forma repentina, pesada y fría, tan fría que hiela el alma, tan densa que no deja penetrar rayo de luz alguno, parece un sueño, una desesperante pesadilla donde lo único que importa es no despertar, pues a veces suele ser más cruenta la realidad.
Sólo desear dejarse caer desde un precipicio sin temor alguno, sin el más mínimo ánimo de emitir un grito, ni siquiera un suspiro, sólo sentir lentamente como es que los ojos se humedecen, ruedan por las mejillas unas pequeñas gotas tibias y saladas, son memorias, recuerdos de sonrisas entrelazadas con sollozos que evocan momentos del pasado, todo viene a la mente, al alma de golpe, incontrolable.
De pronto al final de la lenta caída que se percibe eterna, el tiempo se detiene, la caída es más lenta aún, el golpe ésta vez no es tan fuerte, se siente la hierba húmeda amortiguar la caída, ha llegado la madrugada, es tremendamente oscura, se identifican tres luces que destella a lo lejos, cierro los ojos, espero que el amanecer llegue pronto, y que por fin se avisore un día soleado, esperando que la realidad no sea tan escabrosa.
Precipicio
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