El reloj del andén avanzaba a pasos acelerados, ni un alma rondaba el lugar, todo parecía desolado.
La tarde del decimonoveno día de un mes entre agosto y octubre poco a poco se alejaba, mas sucedería lo que ni en sueños imaginaba.
Aquella vez, a las 19:15, tu insomne mirada atrapó mi caótica alma que por ti ansiosa esperaba.
A las 19:15, el mundo detuvo su desesperada marcha para ser testigo de la fusión de nuestros labios.
La vida no ha vuelto a ser la misma desde que nos encontramos por casualidad a las 19:15 casi en el umbral del otoño.