Al caer la tarde, encontraste mi corazón con las alas rotas a mitad del andén en el que nos encontramos por primera vez.
De un momento a otro, el silencio se rompió cuando súbitamente rompiste en llanto, pues tú también tenías las alas rotas.
Me confesaste que te sentías incomprendido, que alguien cortó las alas de tu alma y no encontrabas la forma de sanarla.
Sostuve con fuerza tu mano, mientras te juré que tus alas jamás volverían a estar rotas si dejabas que entrara a tu vida.
Sin dudar accediste, juntos e inseparables estaremos a perpetuidad para abrir nuestras alas y echar a volar.