Te fuiste una mañana de noviembre
sin tener rumbo ni prisa
ni los primeros albores del alba se despidieron
cuando tu sombra se perdió entre la brisa.
Aún te recuerdo jugando en los manzanares
o incesantemente corriendo algún gorrión,
las páginas de los libros extrañarán a tu apresurada pata,
cuando a la hora de pasarlas, quizás, tomaba algún jirón.
Con tu semblante tenebroso
y esos ojos de mirada penetrante,
ya no esperarás la noche en los tejados,
hasta la misma luna, por tu ausencia, dejará de brillar un instante.
A veces tan casquivano y altanero
siete vidas en once años, compañero;
hacen que hoy no compartas éstas lágrimas conmigo.
Más, trémulo desde mi ventana espero
que ni los vendavales del olvido apaguen tu maullar tan lisonjero,
para poder decirte...
hasta siempre amigo.
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