La serpiente mugrienta de la luna
parpadea su lengua esplendorosa
decolorando el tren de la laguna
que por débil y afable y rencorosa
va legando el reflejo de su ombligo,
escurridizo y suave y nebuloso,
como el aroma a música del trigo
que cimbrea y se tercia en un reposo
inconstante a la vez que inexistente,
tal y como imposible es la tarea
del que quiere aferrarse a su presente,
o a lo eterno del bien que más desea,
la noche se escabulle y se aminora
en el tiempo, y regresa el resplandor
de un ardor que flamea sin demora
la infinitud del mar con un temblor
que sobrecoge, el agua celestial
lame cada destello en su costado,
como haría quizás un animal
herido. Piensa: “Quédate a mi lado.”