Cuando las hojas pardas lentamente caen indiferentes, estridulan las cigarras, es que el otoño se acerca y silencioso comparte su tristeza.
El paisaje se torna en acuarela malva, que bermeja de esplendores, brilla sobre el mosaico del rostro otoñal.
El viento nos trae humedos aromas del campo, que se abona con las hojas secas, y quedan los árboles desnudos, sobre la desvelada inocencia de la estepa.
Y en la melancolía, bajo la luz titilante de una vela, los poemas descubren la soledad invernal de los poetas.
Junto a las ascuas encendidas del brasero arderá el crepúsculo cuál rosa que tiembla en la alborada, presintiendo al inclemente invierno.
Y siento en mis hombros la hojarasca y se desnuda el campo ante mis sueños, mientras veo el llanto de este mundo incierto.
¡Que oscuridad tiene la noche!
Que cae cual cenizas de lo que se ha muerto, como un polvo oscuro sin retorno.
¡Que honda la herida del silencio!