Tuve un sueño entre las doce y las tres, al despertar, confirmé que por siempre de mi corazón serías el legítimo dueño.
De casualidad en aquella calle nos encontramos, me contaste que al cerrar los ojos la noche anterior, te visité entre las doce y las tres.
Entre las doce y las tres en una sola se fundieron nuestras almas, tu mirada y la mía se hundieron en una sublime profundidad.
Desde la ventana, la luna atónita y en silencio fue testigo de lo ocurrido aquella vez entre las doce y las tres.
Sabes que aquí siempre estaré, sosteniendo tu mano, sin dudar, fiel e incondicional entre las doce y las tres.