No eres tú,
soy yo el que se derrite
por un vago pensamiento,
soy yo el que aparta la mirada
en todo crítico momento;
soy yo el que se esconde del sol,
el que baja las persianas para gritar
al silencio sin pronunciar palabra,
soy yo el que siente escalofríos por
cada sílaba tuya macabra.
No soy yo,
eres tú la que grita a un sordo
despojado de voluntad,
eres tú la que me arrastra estridente
hacia el infierno helado de
mi corazón con facilidad;
eres tú, con esos ojos tuyos,
grandes, profundos, que contienen
todo un universo de emociones,
eres tú mi inmerecida suerte,
esa felicidad de la que huyo,
ese país donde pobre de mí,
extranjero,
me devoran la cabeza,
me derriten la piel,
se resguardan debajo de mi cama,
dentro de mi armario y
van a por mí;
todo lo que me haces sentir,
todo lo que me haces ver y oír.
No soy yo, ¡no soy yo!;
eres tú la que con intrigas profanas
el alma de las mareas,
la que con tus dedos tocas mi
espíritu ya enterrado y muerto.
Pero soy yo el que con rabia
huye sin detenerse,
el que se corta los labios con
el cristal roto de un “hola” ofrecido,
el que error tras error aprende la lección
pero no se detiene;
¡no me detengo!.
Soy yo el que escribe para esconderme
en barro y no ver tu estrella
cegadora,
el que escribe para contener los versos
de mi boca,
para no hablar al miedo
de tu sonrisa encantadora.