ACTO IV: MADRUGADA: N°3: ROCÍO DE LAS 6AM

Eres ese viejo atardecer, cada vez que vienes a verme está rosa el cielo y las calles empiezan a oscurecerse, pero ahora te veo en el amanecer porque ya no eres tú… Debo dejarte ir a pesar de mis complejos, a pesar de haber sido quien fuiste, debo dejarte ir, a pesar de que a mi mamá le hagas falta, a pesar de que a todos nos hagas falta, sé que debo despedirme de ti, pero no quiero llorar esta mañana de nuevo al verte bajar de ese carro a las 6 de la mañana.

Tocas mi hombro, ni siquiera noté cuando llegaste a mi ventana, siempre has sido así de silencioso, nunca dijiste nada, nunca criticaste nada, te gustaba evitar los problemas y huías de ellos cual gato al que te le acercas. No digo que sea lo más inteligente, pero me parece curioso como corres al verte a los ojos, aprendí a no hacerlo desde que era un niño, pero aprendí a amarte sin verte, aprendí a sentirte sin hablarte, aprendí que la atención que le prestas a alguien a veces vale más que lo que puedas decir, pero aprendí que el silencio no era un arma sino un muro que levantabas siempre que podías. Nunca quise verte como un villano. Nunca te vi como el malo, simplemente eras un observador, quizá un narrador de tu propia película en la que no querías actuar.

Esa noche hablé contigo en la oscuridad, jamás te presentaste ante mis ojos, pero si ante otro sentido del cuerpo humano que todavía no comprendo, me gusta llamarle intuición. Te hablé de los problemas que me acongojaban, las deudas que se amotinaban en mi contra, los problemas existenciales que no tenían sentido cuando los platicaba en voz alta, pero ese día no necesité decirlo en voz alta, nos comunicamos a través de otro lenguaje, uno fraternal, de sangre. Sabía que estos pensamientos que tenía algún día fueron tuyos, solo que me los heredaste para poderle darles más vueltas. Generación tras generación se crean personas mejores, mi ventaja en tu contra fue poder expresar lo que siento a todas horas con palabras precisas, mi curiosidad y esas habilidades sociales que les saqué a tu esposa.

No recuerdo mucho, recuerdo haber soñado con algún tren que pasaba a toda velocidad sobre mi cuerpo, pero yo no podía moverme. Porque, así como llegaste silenciosamente, dejé de sentir tu presencia en el momento exacto en el que debía dejar de sentirla, ni tan poco para quedarme con ganas de hablar más contigo, ni tanto para decir algo que no deberías escuchar de un hijo.

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