Sanguinem.

Discípulo del pecado.

Por la calles hiede a mujer.

Me jacto de estar cazando

a una corderilla que morder.

 

Mis manos tan calientes,

y mi alma de vil hiel.

 

En las calles vacías

apestando a soledad

por mi presencia marchita.

Unos ojos acechan.

 

Cazador de manos calientes,

Y alma tan glacial.

 

Una figura entre la sombras

con el busto de dama.

Noto su sabor en mi boca.

Clava en mis entrañas su mirada.

 

Cazador de manos calientes,

¿Por qué el alma se templa?

 

Con brutal sutileza, digna de ella.

Confiado, ingenuo, ignorante.

Luciendo toda su belleza

hipnotiza todas mis carnes.

 

Las manos están heladas.

Y el alma apenas templada.

 

Aquella bestia se acerca.

Arranca la carne de mis huesos,

extirpa el corazón de mi pecho.

Tarde. ¡Yo soy la presa!

 

Las manos muertas

Y el alma ya vuela.

 

Mi princesa, gul sin piedad,

dispuesta al mordisco,

convirtiendo en su manjar

cada uno de mis latidos.

 

Exanguinado cuerpo

Espíritu condenado.

 

Se disuelven en la noche

sus ojos de salvaje fiera

impasibles tras el festín.

Relame con suntuoso goce

sus labios de intenso carmín,

símbolo de mi macabra ofrenda.

 

Discípulo del pecado,

Alimento caducado.

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