Flor de malicia

Las flores de aquel árbol de cerezo habían caído una por una cuál regalos divinos, siendo tiradas por el viento como una especie de salto de fé, de todas las flores fue precisamente la tuya que cayó en mi cabeza en aquella mañana que brillaba como el oro y lanzaba ráfagas de viento tan duras como una piedra. Ahí fue cuando caíste en el epicentro de mis ideas, en la zona que me hace pensar, sentir, analizar, y reaccionar, más temprano que tarde entraste ahí para quedarte y envenenarme cómo la flor de malicia que eres. Envenenar a mi cómoda oscuridad con tu radiante luz, envenenar a mi establecido egoísmo con tus mejores actitudes, envenenar a mi familiar sensación de vacío con todas las buenas cosas que pudiste haber hecho para hacerme sentir lleno, lleno de tu veneno como la flor maliciosa que eres.

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